El primer ministro británico, Keir Starmer, presentó este lunes un plan migratorio que marca un giro hacia políticas más duras, tradicionalmente asociadas con la derecha. En un contexto donde el partido Reform UK, bajo el liderazgo de Nigel Farage, ha incrementado su influencia, Starmer busca frenar su avance adoptando medidas que muchos críticos consideran un mero intento de sobrevivencia política. Al hacerlo, el líder laborista parece haber renunciado a una visión progresista, alejándose de la idea de integración y cohesión social en favor de un enfoque que maximiza las restricciones sobre los migrantes.
Entre las reformas propuestas, destaca la drástica extensión del tiempo requerido para que un migrante pueda solicitar la residencia permanente, el cual pasará de cinco a diez años. Esta medida ha recibido una fuerte condena al ser considerada desproporcionada y contraproducente, especialmente en un país como el Reino Unido, donde el trabajo de migrantes es esencial en sectores críticos como la salud. Además, el nuevo planteamiento impide a las empresas del sector salud contratar personal extranjero de manera directa, medida que podría agravar la ya crítica escasez de profesionales en este área.
Las nuevas exigencias que se aplicarán a los familiares de inmigrantes y los estudiantes internacionales también generan preocupación. Los cambios propuestos incluyen requisitos de dominio del idioma y una reducción en el tiempo de estancia permitido para los estudiantes tras finalizar sus estudios, lo que podría influir negativamente en la llegada de talento extranjero al país. Estas decisiones, lejos de abordar el problema de fondo, podrían limitar las oportunidades que el Reino Unido tiene de atraer y retener a individuos altamente capacitados, afectando su competitividad a largo plazo.
El viraje de Starmer hacia una política migratoria más restrictiva ha suscitado interrogantes sobre su autonomía y la sinceridad de sus principios. Su aceptación del discurso antiinmigración y la adopción de eslóganes como «recuperar el control de nuestras fronteras» evocan la narrativa nacionalista del Brexit y la xenofobia que una vez rechazó. Al alinearse con las agendas de sus adversarios políticos, el primer ministro no solo entrega el debate a la extrema derecha, sino que también erosiona la posibilidad de ofrecer una alternativa basada en los derechos y necesidades sociales de los migrantes.
Con los datos que indican un aumento de la inmigración neta a 728,000 personas en el último año, la falta de un análisis profundo sobre las causas de este fenómeno y la ausencia de soluciones innovadoras que no estigmaticen a los migrantes resultan alarmantes. La estrategia de Starmer sugiere un liderazgo que se guía por el miedo, temeroso de perder poder y de enfrentar la ultraderecha, en lugar de adoptar una postura firme y ética en favor de una política migratoria inclusiva. Esta falta de visión puede ser perjudicial, no solo para los migrantes, sino para el futuro del país en su conjunto.
