El Desierto de Atacama, conocido por su belleza natural y su aridez extrema, ha sido transformado en un grave problema ambiental por la industria textil de Norteamérica y Europa. En los últimos años, ha emergido como un basurero a cielo abierto de ropa desechada, donde toneladas de prendas provenientes principalmente de Estados Unidos, Canadá y países europeos se amontonan en paisajes desoladores. Esto se debe en gran parte al modelo de consumo fast fashion que ha impulsado el desecho masivo de vestimenta, creando una crisis que se ha vuelto visible incluso desde el espacio. Aunque se han iniciado iniciativas para mitigar esta problemática, la situación sigue representando un desafío crítico para Chile, que es el mayor importador de ropa segunda mano en América Latina.
Durante casi cuatro décadas, la Zona Franca de Iquique ha facilitado la llegada de grandes volúmenes de ropa usada, pero se estima que cerca del 60% de estas importaciones termina como desecho, alimentando los microbasurales que se esparcen por el desierto. La incineración de estos residuos no solo agrava la crisis, sino que también emite contaminantes dañinos que contribuyen al cambio climático. En el contexto actual, el impacto de esta contaminación ambiental se siente con fuerza, generando un ciclo destructivo que parece incontrolable. Las organizaciones y activistas están luchando para poner freno a esta situación, impulsando campañas de concientización y proponiendo alternativas sostenibles.
Un equipo de expertos y activistas ha comenzado a documentar la severidad del problema. Entre ellos se encuentran Bastián Barría, co-fundador de la ONG Desierto Vestido; Dominique Parada, creadora de un emprendimiento de reutilización textil; y Dani Seguel de Reviviendo Mil Prendas. Durante sus visitas a los basurales, han encontrado situaciones alarmantes, incluyendo microbasurales activos y hogueras donde se queman prendas. Para Dani Seguel, la experiencia de ver estas condiciones de primera mano es profundamente impactante. Para ella, estas son realidades que no se pueden ignorar, y que reflejan una falta de conciencia y acción colectiva ante un problema que crece exponencialmente.
Por su parte, Bastián Barría ha enfatizado la necesidad urgente de actuar en conjunto, uniendo esfuerzos del sector público, privado y organizaciones de la sociedad civil para abordar el problema. Subraya la importancia de la incidencia política en la creación de políticas públicas efectivas que regulen la importación y el manejo de textiles. La situación en el desierto no se puede resolver de manera aislada; se requiere un enfoque colaborativo que incluya la educación ambiental y una regulación que promueva prácticas sostenibles en la industria textil.
Finalmente, Dominique Parada destaca las similitudes entre la situación del Desierto de Atacama y los problemas de contaminación en Rapa Nui. Su experiencia ha sido motivadora, ya que ha logrado establecer un programa local de reciclaje textil en la isla, que busca no solo reducir desechos, sino también educar a la comunidad sobre la importancia de la sostenibilidad. Parada apunta que la problemática del plástico en las costas también refleja la necesidad de atención hacia la ropa desechada. Ambos escenarios demuestran cómo las comunidades pueden unirse para enfrentar la contaminación, pero también ponen de relieve que la atención de la industria textil y los consumidores es crucial para encontrar soluciones efectivas.
